Camino de la cruz, viernes santo, sosteniendo al crucificado mientras muchos se acercan a rendirle homenaje. Los que cargan su cruz se acercan al que la cargó primero por ellos. Nubes negras, viento y truenos, 3 de la tarde... a la vista de todos.
En la oscuridad brilla mejor la luz, por pequeña que sea. Allí se hace notar, va abriéndose camino hasta que muchos se acercan a ella para gozar de su claridad. Desde afuera hacia lo más recóndito de los interiores va surcando y recreando, va permitiendo habitar, permanecer, celebrar... como la noche de pascua.
Toda la casa tiene que ser iluminada cuando la luz se pone en lo alto, cuando va traspasando de unos a otros, nadie puede quedarse sin ella. También los templos amazónicos, por más lejanos que estén, se iluminan en esa noche santa.
Rostros alegres, manos abiertas, hombros que sostienen, palabras de esperanza, pisadas que quedan marcadas en la selva, las aldeas, los corazones, como en el arajuno... formando ríos anchos y caudalosos que llevan al mar...
Misioneros incansables, sonriendo se les abren las puertas, luego los corazones. Nueva evangelización, nuevos métodos, nuevo ardor. Atrás quedan el calor y la humedad, dormir en el suelo, los bichos, la comida diferente... ¿qué importan si esto permite llegar un paso más hacia adelante?
En familia o personalmente... grandes o chicos... vamos hacia el hermano para que sienta el amor de Dios. Unos con palabras del corazón, otros con gestos fraternos, vamos llevando el mensaje para que alcance a todos, para que todos sepan que su entrega es valiosa... ofreciéndolo... como Mateo, el pequeño gran misionero de 3 años, regalando a los niños sus animalitos de plástico... nuevos métodos... la misma generosidad.
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