Cada cruce de caminos plantea el desafío de lograr elegir bien, avanzar con la luz que tenemos aún en el claroscuro de la vida y del tiempo. Ya ha corrido casi un tercio del año, el otoño avanza en el sur y la tierra media es calcinada por un sol implacable, sólo puesto en jaque por las lluvias torrenciales que retardan su retirada. La cuaresma va declinando, la quinta semana ya casi se extingue, pero el camino muestra un claro sendero que seguir... luminoso en comparación con la penumbra circundante, las formas de montañas y árboles, calles y personas se adivinan al contraponerse al resplandor que se promete. Ya en las estribaciones de la Semana Santa vislumbramos la vía iluminada por aquél que la recorrió antes que nosotros, aclamado primero al entrar en la ciudad, torturado y condenado después al salir de ella. El camino cargando la cruz nos ilumina para que podamos poner nuestros pies en sus huellas, para no seguir caminos propios e inútiles. Nos dejamos encandilar por la luz que se adivina tenue bajo la apariencia del fracaso y la derrota, pero que nos eleva de esta realidad a la definitiva. Es otra puerta más que debemos cruzar, es otro derrotero más que podemos hollar, siguiendo sus pisadas, siguiendo su luz, peregrinos, misioneros en la tierra media... allí donde nos encuentre: en el sur profundo, en la amazonía... allí la luz nos conduce cargando nuestras cruces. Como Él así también nosotros hoy. El camino nos invita a seguir adelante, bajo las estrellas, más allá de las estrellas... Ultreia!